La envidia es un sentimiento que ninguno reconoce dentro de sí, por que produce una intensa vergüenza. Por esta razón es atribuida a los otros y así se resuelve lo que es rechazado como sentimiento propio.
Tendremos que pensar la envidia como dos facetas. Una es la que nos tienes los otros, que es la que no permite que se llegue a un buen fin en alguna cosa.
Es de esta forma que sin mucha elaboración se trata de resolver el fracaso o la falta que me hace ciego frente a mí mismo.
Si soy envidiado, resuelvo mi incompletud con la fantasía de la imagen perfecta que el otro tiene de mí. Es como una situación frente a un espejo donde se refleja la imagen más completa de mi mismo.
Al mismo tiempo no debo significar o simbolizar lo que el otro tiene o creo que tiene o que es, negando mi carencia, mi falta y concentrándome en la otra persona. Es mi deseo de tener lo que el otro tiene o la lógica que el otro es el que desea tener lo que yo tengo.
En general preferimos, porque da menos malestar, sentirnos envidiados que elaborar que sentimos una incompletud de la cual el otro no sufre, y que nos coloca como voyeristas del goce del otro. Siempre estamos girando sobre el deseo, el goce, la angustia que sentimos y que resolvemos sin elaborar, evitando la incompletud que nos constituye a todos los humanos.
Reconocerse como alguien a quien le faltan tantas cosas, que los otros son capaces de tener o ser, es una minusvalía insoportable que cae sobre nuestro narcisismo. O la capacidad que el otro tiene de poder transformarse en una fuerza, que mueve el resultado en forma negativa sobre lo que deseamos, es también una herida que nuestro narcicismo no soporta. Esta es la razón que más que vergüenza es un sentimiento de desvalorización o impotencia que termina en una fuerte angustia.
El camino es reconocerse a sí mismo, simbolizar la separación entre uno y los otros, confrontándose con las diferencias, en un contacto real y menos fantaseado.
Alicia Kostenbaum Psicoterapeuta
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