Hay situaciones y momentos en la vida que nos hacen perder la relación con lo que podemos desear. Se neutraliza el sentimiento de placer. Nos sentimos melancólicos.
Entramos en un túnel donde todo se lentifica, hay una desaceleración de nuestra vida.
Nos aparecen síntomas corporales; todo se lentifica la sensación es de cansancio, dolores corporales, no se desea comer, no se consigue dormir. Podemos vincular esta vivencia a algo que se ha perdido, aunque puede no saberse muy claramente que cosa se ha perdido. Es una pérdida que no se está elaborando porque no se la reconoce. Se puede tratar de una sustitución de objeto o a pérdida de otros objetos a los cuales se van encadenando sucesivas pérdidas, sin poder delimitar a cual objeto se refiere esa sensación de vacío.
Esta falta de deseo, se une a una caída del propio narcisismo, ya que es habitual culparse, en sucesivas evaluaciones sobre uno mismo, dentro de una secuencia que no se detiene, que no tiene fin. Esta secuencia nos dice de la insistencia y dificultad de poner en movimiento el deseo como motor de vida. Esto engendra mucha angustia y produce una ruptura con las cosas que se viven como perdidas. Estas pérdidas al no ser reconocidas y elaboradas hace que entremos en un proceso de renuncia que es lo que caracteriza el duelo.
El objeto esta perdido, el deseo no subsiste, se desvincula del mundo que repentinamente se ha empobrecido, el camino es un lento proceso de desanudarse de aquello que hemos dejado atrás, lentamente hasta recuperar el deseo y su vinculo con nuevos objetos que lo llamen a ponerse en movimiento.
Alicia Kostenbaum Psicoterapeuta
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